sábado, 9 de enero de 2010

Memorias de un hombre común

Mayo diez de dos mil seis
Nuestra sociedad pacata, goda, filistea, es la mezcla más extraña de contradicciones. Lo vemos a diario en los medios audiovisuales. En la televisión, por ejemplo, no se permite  el uso de palabras que escandalicen o sonrojen al televidente -así le llaman al menso que ve la tele con la boca abierta-. En nuestro país una injuria apostrofada escandaliza más que una masacre de veinte labriegos. Se está en contra de la violencia de todo tipo y sin embargo se reclaman  series de gangsters gringos -donde se ven tantos muertos como extras mexicanos que para no echarlos tampoco les pagan- que algunos exégetas proclaman  como buen cine. A las cosas normales no se las llama por su nombre propio sino por otro que aproxima el significado y en veces lo escuda. Se pretende así asumir respeto hacia el televidente cuando más tarde lo agravian con sofismas que insultan a su inteligencia.

Veamos unos casos que vienen de perlas para la ilustración:

Por estos días hay un concurso en la televisión que se llama “La mejor cola”. Cuando recién apareció me imaginé que los concursantes eran caballos, yeguas y en el peor de los casos un “reality” con  muchachas de servicio doméstico de cabellos largos. Pues no. Se trataba de un concurso de culos de bellas damas que no tenían empacho en mostrar las formas onduladas y perfectas de sus caderas esplendorosas.

Lo más simpático era cuando algunas presentadoras, que fungían de jurados, usaban términos insignificantes, en el estricto sentido de la palabra, para evitar la palabrita grosera. Una dama que públicamente nos confesó que había estudiado en Francia -cuando se quitó los clientes de encima-, hablaba de un voluptuoso “derriere”; otra, más cercana a la farándula circense, se refería a esas deliciosas posaderas como “el pompis”; todas y todos en grupo, no decían culo sino cola. Aquí lo directo se trastoca fácilmente en bajeza, que es peor que la grosería. Así somos. Nos escandaliza nuestro cuerpo; peor aun, sentimos vergüenza de él. Menos mal que los animales que tienen cola no están al tanto de esta absurda idiotez, por razones de especie, porque si no demandaban al dichoso concurso por suplantación. Para mí, cola es cola, la parte larga con pelos que tienen algunos animales para espantar moscos desde atrás; y culo es... bueno, ya sabemos dónde está y para qué sirve. Además, científicamente demostrado está que los seres humanos no tenemos cola. Por lo tanto solo debe haber concursos de colas con animales mamíferos, excluyendo a las mujeres.

La televisión transmitió en vísperas electorales la intervención de un estudiante de una prestigiosa universidad del país frente al presidente de la república, donde le preguntaba si era cierto que se había entregado la selva amazónica a los norteamericanos y si el TLC (no quiere decir Te Las Cobro, sino tratado de libre comercio) iba a producir un efecto peor que la apertura económica de un presidente anterior, que dejó al campo en ruinas.

No me voy a referir a la actitud del presidente -de esto ya se encargaron los opositores-, sino al comunicador de una cadena radial que en un alarde de alabanza al mandatario descalificó al muchacho diciendo que no sabía dónde estaba parado. El estudiante no estaba asegurando ni dando por cierto lo explícito de su pregunta. Estaba preguntando y cuando uno pregunta pretende que la respuesta sea la verdad o se aproxime a ella. Cuando se pregunta es precisamente porque se quiere saber lo que se ignora o se duda.

Aquí el comunicador dejó ver sus preferencias políticas y se apartó de la lógica. Hay agresión contra el oyente a quien le pretenden sustituir la simple lógica de una pregunta, por el credo de una afinidad política difamando al cuestionador. Hay insulto a la inteligencia. Claro que para algunos oyentes radiales solo hay insulto cuando le lanzan el correspondiente improperio en respuesta a un interrogante o, para ser menos drástico, hacer explícita la madre de por medio, cuando debería estar ausente. No. También hay insulto cuando el oyente espera la absolución de la pregunta  y no el rechazo agraviado, sin responder.

Pero dejemos a un lado la filosofía elemental y veamos otro ejemplo de sociedad contradictoria.

En un reportaje televisivo se mostraba la vida nocturna de las prostitutas en Bogotá. Los periodistas, que se meten hasta en las cobijas polvorientas de un gulungún, preguntan de todo -incluido el momento cumbre de la faena- y esperan respuestas con pelos y señales; dicen lo normal y lo absurdo del surrealista entorno; nunca utilizaron la palabra puta. Es posible que la consideraran demasiado agresiva por lo evidente y, por lo mismo, la evitaran frente a quienes -con sobrados méritos- detentan el calificativo eximio, sinónimo de profesión. En su defecto, las damas en cuestión eran tratadas como “trabajadoras sexuales”, “trabajadoras de la noche”, “masajistas” y “show girls”. Debo reconocer que estas mujeres se expresaban en la misma forma como las trataban, eran respetuosas, graciosas y cuidaban sus palabras. También en el extremo social hay respeto.

Sin embargo este reportaje -pleno de drama y tragedia, nunca de lujuria o erotismo- se pasaba en el mismo canal donde se emitía una serie o telenovela en la cual el protagonista -un tipo bien parecido... a un mico-, cuando reparó en que por largo tiempo había oficiado como  doble macho cornudo, trató de puta a su mujer y de reputa a su amante.

Al paso de trote que vamos, el apelativo de calificación en el lugar que corresponde, pasará a ser insulto menor en el honorable hogar caído en desliz.     

No hay comentarios: