jueves, 11 de marzo de 2010

Memorias de un hombre común

Julio veintiocho de dos mil seis
Es una costumbre entre las nuevas generaciones y entre los políticos, no responder lo que se les pregunta. Cualquier pregunta fácil la vuelven un cuestionamiento e inducen confusión en el pobre inquiridor, tanto que al final terminan respondiendo lo que no corresponde a la cuestión inicial. Tuve la oportunidad de llevar a una dama en mi vehículo como cortesía y la pregunta inicial y elemental que le hice fue: “¿A dónde la llevo?” Ella contestó con un “váyase por la calle quinta; y ¿usted para dónde va?” Como no estaba dispuesto a indicar mi itinerario me vi obligado a reiterarle la pregunta: “Dígame: ¿a dónde la llevo?” “Me deja por el parque”. Debí asumir que iba para el parque.

En otra ocasión había acordado con Margarita encontrarnos en el Banco en la sección de ahorros para abrir una cuenta conjunta de padres de familia del colegio. Pues bien, al llegar al banco, un poco retrasado, Margarita no estaba por ninguna parte. Me dirigí a una empleada para preguntarle: “¿Cuál es la sección de ahorros?” Y me contestó con otra pregunta: “¿A quién necesita?” Me tocó decirle que a Margarita. “¡Ay! Señor, pero ella no trabaja aquí”. “Cómo diablos va a trabajar aquí, si ella me quedó de esperar en la sección de ahorros y no sé cuál es la sección de ahorros”. “Señor, pero no se enoje que la sección de ahorros es la de allá, donde está la señora gorda de blanco”. Preciso, detrás de la señora gorda estaba Margarita.

Un notorio político -notorio por haber hecho fortuna con peculados de subalternos empleados por él en la administración pública- era entrevistado en un programa radial. A la pregunta concreta de “¿se va a aliar con el doctor Güebardo para hacer mayoría en el congreso?” respondió: “El doctor Güebardo ha sido mi contradictor y mi amigo; hemos afrontado varios debates en los cuales ha brillado su caballerosidad e inteligencia. De mi parte le guardo alta estima y estoy seguro que es una reserva que tiene la patria en las nuevas generaciones políticas”. El doctor notorio respondió lo que no le habían preguntado y nunca contestó la pregunta.  

Hace tres cuatrienios tuvimos un ministro de defensa a quien en directo lo confrontaron con el celador de una estación repetidora de comunicaciones cerca de la frontera con Venezuela. El periodista radial había establecido un diálogo con el celador y éste le confirmaba que la guardia venezolana había sobrepasado la frontera y que en ese mismo instante ocupaba el área de la estación repetidora en Colombia. Puesto al aire, en la emisora nacional, el ministro negaba que hubiera ocurrido tal violación a la soberanía. Entonces el acucioso periodista le preguntó: “Señor ministro: aquí tenemos al celador de la estación repetidora que nos confirma la presencia de la guardia nacional de Venezuela en esa estación colombiana, luego ¿no estamos ante una flagrante violación a nuestra soberanía?” El ministro contestó: “Le repito que no tengo información de puestos de avanzada del ejército en esa zona de frontera por incursión extranjera alguna”. Para el ministro el celador valía un pito y tampoco hizo propósitos de verificar la información, por tanto se arropó con un lenguaje diplomático que desmentía lo evidente confirmado horas después por la cancillería colombiana.

lunes, 1 de marzo de 2010

Memorias de un hombre común

Junio dieciséis de dos mil seis
En medio del mundial de fútbol decidí irme para Guamal (Magdalena). Viajar en pleno mundial de fútbol tiene sus ventajas, una de ellas es que ni los amigos ni los familiares se dan cuenta de que uno se ha ido y se evitan despedidas remojadas que obligan a no volver. Los seres humanos somos impredecibles y hacemos cosas nunca pensadas, solo operan las circunstancias. ¿Por qué fui a Guamal? El amigo Bladi me invitó para que conociera un puente sin carretera que atraviesa el Río Magdalena, entre la futura vía El Banco-Guamal-Mompox que apenas está en construcción. Tomé la decisión de un día para otro y me lancé a la aventura de conocer una parte de Colombia que estaba en perspectiva de visitar.

Los pueblos cercanos a la costa caribe son iguales en el sentido de que tienen desdén por el tiempo. Allí nunca pasa nada porque nunca pasa el tiempo; nadie usa reloj porque lo necesitan tanto, como nosotros la brújula. Las gentes son felices con su rutina y no la cambian, así llegue el cachaco más interesante a construir un puente en ferro-concreto que se eleve ante el Magdalena y lleguen otros más cachacos a inventarse una carretera para que el puente funcione. El día de la inauguración del puente seguramente las autoridades tendrán que importar patos y lagartos de pueblos del interior para llenar la foto -los del Magdalena son ariscos y sanos-, porque los guamaleros seguirán su vida normal de juego y reposo, preguntando si ya está listo para pasar por él.

Tuve la oportunidad de ver una familia completa, incluido el burro, jugar cartas desde las ocho de la mañana hasta las doce del mediodía; solo pararon para almorzar. Después del almuerzo volvieron a las cartas, pasando la mesa al otro lado de la calle polvorienta donde no daba el sol, hasta la casi noche. Como todo patojo me preguntaba de qué vivían y alguien me absolvió la pregunta: “Tienen un asadero de pollos que funciona de siete a nueve de la noche; en esas horas hacen la ganancia que se tiran al otro día”. Aquí no hay acumulación de riqueza, sólo sostenimiento; como no hay capitalismo, no hay deudas; como no hay deudas, hay tranquilidad; como hay tranquilidad, hay longevidad. La gente se muere de vieja bajo los cítricos y el dividivi; el calor es aplastante pero la naturaleza es pródiga en follaje.

Los guamaleros son excepcionales; pueden estar frente a la mayor eminencia humana, pero le dan el mismo tratamiento que al vecino de al lado: “¿Oye, compae Julio, ya fuite a comé marimon-da?”. Eso pasa con Julio Erazo, compositor musical de prestigio internacional, que sentado en su mecedora de mimbre de Mompox en su casa, la gente lo mira como parte del paisaje. Los muchachos pasan y sacuden el tamarindo como la mecedora de Julio y él, como si el Magdalena quedara en Marte, sigue componiendo. De ahí que el maestro diga que sólo puede vivir en Guamal, en su casa o en su finca ganadera donde es un vecino más, mientras que en otra parte la gente lo asediaría como a político recién elegido o  como a estrella del pop o futbolista dopado. Julio Erazo es la mezcla más rara de este país, algo parecido a revolver cerveza con aguacate; nació en Barranquilla, por accidente, siendo guamalero; es de padre pastuso y madre española y habla y vive como costeño, que lo es. De él se puede esperar lo que nos ha dado: música tropical y vallenata bailable  y tangos, que también se bailan. (Bailar tango es una forma elegante de caminar.)

Fui a Mompox. Sería imperdonable que estando tan cerca -escasos treinta y cinco kilómetros de Guamal, río de por medio- no hubiera ido, con el interés turístico que también a mí me afectó. Como en el trayecto se tiene el mismo transporte público que hay entre Santa Rosa y Piamonte en el Cauca: es decir, nada, me tocó alquilar una motocicleta y conducirla -algo que no hacía desde cuando me estaban saliendo las cordales- por caminos plenos de huecos. Las gentes me saludaban como si fuera vecino ancestral, pero el dolor me partía las manos y solo respondía las cortesías con una levantada de cumbamba.

Mompox es preciosa. Si le quitaran las motocicletas, los vendedores ambulantes y los autos estaríamos en los albores del siglo dieciocho y nos asomaríamos a la ribera del Río Magdalena a ver si llegan los barcos a vapor cargados de damas y caballeros elegantes, vestidos con colores claros y protegidos con discretas sombrillas y abanicos orientales.  Son tres calles que estructuran esta perla de ciudad: La Albarrada, la Del Medio y la otra, que olvidé identificar; todo porque la belleza femenina perturba la curiosidad del turista. Me gustó La Albarrada, por la nostalgia que evoca y sus casonas de dos patios, frente al río, frescas en medio de un clima de  fuego. Mompox tiene la misma proporción de iglesias que Popayán -una por cada pecador-; no hay cuadra que no tenga una, de belleza caribe por la ornamentación y pinturas de color pastel.

El viaje fue interesante porque se viaja al exterior dentro del país; es una cultura que avizoramos lejana siendo también nuestra. Colombia es grande por la grandeza de su pueblo. Por favor, no aplaudan.