viernes, 21 de mayo de 2010

Memorias de un hombre común

Septiembre cuatro de dos mil seis
En nuestro país hay un instituto de seguros sociales, que se creó bajo la hipótesis de prestar atención en salud a los trabajadores cuando esto no era una república neoliberal. Hoy está a punto de ser liquidado el tal instituto, con el eufemismo de que es ineficiente, cuando lo volvieron así precisamente, para poder liquidarlo.

Los politiqueros, que no políticos, nombraron a empleados -aquí el gerente no nombra, apenas obedece- que cumplieron la función de acabar con la institución (es la única que saben hacer, porque cuando de trabajar honrada y eficazmente se trata, los mejores empleados están en las calles haciendo de trapecistas o desplazados)  y lo hacen tan bien -los empleados salidos de las pocilgas politiqueras- que da para muchas historias que no por lo trágicas resultarían hasta graciosas.

Un señor, conocido de medio radial, me refirió su accidente laboral que le inmovilizó el brazo derecho. Acudió al instituto de seguro social para que le agilizaran su pensión de jubilación por este percance. Un empleado, con traje de celador de burdel,  más ilustrado que cualquier médico traumatólogo, pero que a duras penas controlaba el ingreso de los usuarios, le dio la solución que no se le hubiera ocurrido ni al más refinado premio Nóbel: “Señor, comience a utilizar la mano izquierda; para eso la tiene”. El radiofonista, que estaba al tanto de las noticias del fútbol, le comentó, ya en conversación de especialistas, que  los jugadores del equipo de fútbol América de Cali  se habían lesionado, todos,  la rodilla derecha; entonces el entrenador les había ordenado jugar los partidos sólo con la pierna izquierda. El empleaducho, inteligente como un coco, le refutó: “No, eso si no se lo creo”. “¿Cómo que no me lo cree -dijo el radiofonista-, no se ha dado cuenta de que el América está de último?”