sábado, 10 de julio de 2010

Memorias de un hombre común

Octubre treinta y uno de dos mil seis
Día de las brujas y de los niños que los visten de brujas. Algunos padres disfrazan a sus hijos con el atuendo de los personajes que más detestan, es la manera de vengarse de su infancia reprimida por la pobreza. Vi a unos niños vestidos con el traje de Supermán, el héroe gringo -para nosotros es un pelmazo con suerte- capaz de salvar a la humanidad de peligros hipotéticos, y zoquete a la hora de declarar su amor a una mujer. Al pobre Supermán niño le jalaban las orejas para que se subiera al andén, no fuera y lo golpeara un carro; era más indefenso que ulluco ensartado en tenedor.

Desfilaban en pequeños grupos kingkones, curas, soldados, astronautas, barbies, James Bond y su hermano Tangüe; también futbolistas de moda y personajes de la televisión. Todos repitiendo el mismo estribillo: quiero dulces para mí.
A un niño de seis años lo habían convertido en un zurullo; le habían dado varias vueltas a la misma sábana alrededor de su cuerpo y le habían colocado turbante y barba para decir que era algo parecido a Ben Laden, un personaje que le infunde miedo a Bush, otro personaje que desfilaba a su lado indiferente. Por un momento la historia de la guerra es cosa de risa; así debería ser, sólo que, por lo trágica, la guerra es siempre algo serio. Los únicos ignorantes que se otorgan la licencia de tomarla como un juego son algunos padres que inculcan en sus hijos ese llamado espíritu guerrero, que no es otra cosa que propiciar el odio hacia los demás. Son felices disfrazando a sus hijos de policías y militares que, según ellos, son los buenos de la guerra.

Un general de la república, según confirma él, retirado; según mi apreciación, atrincherado porque aún lanza odio bajo eufemismos que él concibe como verdades, pedía solapadamente que los militares mataran sin tener que rendir cuentas a la procuraduría. El argumento principal que sostenía esta petición era el heroísmo del soldado mutilado. Miremos parte de la nueva oración patria que publica nuestro general en un diario de circulación nacional. Allí se invoca a un dios, que no es nada poderoso desde que necesita ejércitos terrenales para su defensa: “Pon caridad en mi corazón para que mi disparo se produzca sin odio”. ¡Qué falsedad! Lo primero que se le enseña a un militar es a odiar y luego a disparar.

Eso que hace nuestro general es lo mismo que hacen algunos de nuestros padres de familia, preparan a sus hijos para que sean dignos militares, que maten sin odio.

¡Pobres muchachos cuando se les rebose la conciencia!