miércoles, 24 de octubre de 2007

Enero quince de dos mil seis

ENERO 15 DE 2006
La ciudad donde vivo ha producido más presidentes pésimos que alcaldes aceptables; por eso usted la ve cual urbe pueblerina, donde nada sucede y todo estorba. Ahora en esta época de mega proyectos, el alcalde de turno para agilizar el tránsito, de los mil quinientos taxis que deambulan y pululan en Popayán -más de los que tiene Miami-, se le ocurre colocar semáforos en glorietas de ocho metros de diámetro; también se le ocurre mandar a hacer resaltos, givas , rompemuelles o como se dice entre mis amistades del Country, policías acostados, en calles con numerosos huecos naturales y adquiridos, para que disminuyan la velocidad -otra vez los taxis- de treinta a veinte kilómetros por hora. Mejor dicho, las soluciones sirven para lo que sirve un piropo gay en desfile de reinas.
Yo, o mejor decirlo para no parecer egoísta, el suscrito, que me pongo a pensar como político de asfalto, cada vez que la luna muestra su cara oculta, veo que de norte a sur solo hay dos vías, que de oriente a occidente una sola, que el Batallón y el aeropuerto -de un solo avión- incomodan y se incomodan, que las plazas de mercado compiten con el basurero del sector, me imagino las soluciones:
Hacer nuevas vías de occidente a norte y sur, de oriente a norte y sur, aprovechando las márgenes de los ríos, claro, sin mojarse por las inundaciones de cada treinta años. El batallón se debe trasladar inexorablemente a zonas de orden público y el aeropuerto, a un sitio donde no se escuche el único avión a pistón que nos queda. En cuanto a las plazas de mercado -nosotros les decimos galerías, porque es tan estética una exhibición de pasteles como una de papa guata- es mejor ubicarlas en las goteras de la ciudad. (Mi abuela me tenía convencido que las goteras de la ciudad eran los sitios de ingreso por donde estaban las primeras casas con alero y allí, cuando llovía, uno no se mojaba la cabeza, aunque si los pies; ahora tendremos que inventar otro lugar común, porque en ese sitio extremo se amacizan el motel con la residencia clandestina.) Decíamos que ubicando allí, en la goteras de la ciudad las plazas de mercado, el campesino se ahorra el transporte urbano y a los rateros les queda lejos. Con estas ideas, propias de planeador estratégico -antes le pagaban como inspector de obras- me pueden elegir para cualquier curul si las hago públicas, por eso no le doy gusto a los demagogos de profesión que lo más probable es que me hagan la pregunta clave: ¿Y de donde sale la plata? Porque si les respondo, con la verdad escueta que me caracteriza, me quitan las ideas que es lo único que tengo para afrontar el tercer milenio. Es mejor dejar la cosa ahí, que según la ley de las probabilidades después de un mil alcaldes malos sale uno menos pior y éste nos redimirá, no importa que estemos en Tierradentro.

martes, 16 de octubre de 2007

ENERO PRIMERO DE DOS MIL SEIS.

MEMORIAS DE UN HOMBRE COMUN
(No es para pensar; es mejor sonreír......)

ENERO PRIMERO DE DOS MIL SEIS.
Empiezo a escribir estas memorias antes de que nuestro amigo alemán Alzheimer, propicie el olvido. Hago lo mismo que la quinceañera con diferente propósito. La niña después de descubrir que es linda, -porque se lo dijo, con ansia reprimida, el escuálido Sade de la próxima esquina- pone su vida en el centro del universo; es la heroína del papá, del tío y del novio, su mundo. En mi situación, es obligatorio registrar lo que sucede dentro y fuera de mi, por aquello de la experiencia acumulada que aducen los amigos, sin ofender, para decirme viejo y por lo de ¨ vos también tenés tu historia ¨ que invocan los detractores después de una discusión perdida. Para el caso mío, tengo enjalmados los años que dijo tener Matusalén cuando alcanzó la edad provecta. Me adornan otras virtudes, que ustedes conocerán durante el recorrido de este documento, como por ejemplo decir la verdad cuando se puede y ser cínico cuando se debe. No me describo físicamente porque tengo la convicción filosófica que la belleza debe ser percibida por los cinco sentidos y además, mi propia definición poética no alcanzaría las cumbres de una oda narcisa. De otra parte, el hombre es bello en la medida que la mujer más cercana, se aleja de él.

Nací y vivo en Popayán, una ciudad donde uno se aburre muy sabroso. Los turistas gringos -aquí a todo mono que habla enredado le decimos gringo- la califican de pequeña pero bonita y nosotros, los de aquí, decimos que fue grande cuando era chiquita y lo fue más, cuando producía presidentes de Colombia tal como ahora se producen pasteles de yuca.
Al igual que los ciudadanos de Colombia, nos creemos lo máximo para todo, porque en todo medio escrito -¿Se dice así, o medio de comunicación escrito?- nos echan mentiras y las creemos. Nos creemos los mejores poetas porque alguna vez escribimos en la gaceta escolar y se la mandamos a la novia para que leyera, pero lo único que hizo fue barquitos de papel que naufragaron en el charco barrial; nos creemos los mejores poetas porque declamamos poesía ajena cual bardo beodo embebido en los vericuetos de Baco. Es cierto que tuvimos la exquisitez de un poeta corintio nacido en Popayán; la majestad de un vate descendiente directo de los Mayas; la pluma-espada de un soldado que combatía irascible y soez con los versos de rima imposible en vez de emboscar liberales; el naufragio en tierra de un vate marino que se devolvió de alta mar para escribir un libro que aún navega en las estanterías de cada puerto; y más recientemente la convicción de un ateo que el amor y el sexo tiran más que dios hacia la divinidad, pero no por eso y otras vainas, somos los mejores. Somos buenos, como buenos son los tamales que hacemos para complacer visitas de otros lares, que solo saben de caviar o minucias parecidas. Y hablando de tamales, las empanadas de pipián son todavía mejores, claro, las que hacía mi abuela y la suya, si usted es de Popayán, porque las que hacen ahora , en toldas desmechadas y aceitadas con manteca de lata, son unos vitutes que no dan gusto sino rabia por lo chiquitas y, cual maroma de artesanos, les meten papa sabanera, como si fuéramos boyacos, cuando el sabor lo pone la colorada, una papa que solo conocemos los que madrugamos a ver si el volcán Puracé todavía esta allí, echando humo.

domingo, 14 de octubre de 2007

Memorias de un hombre común

Es un libro de mi autoría que trata de crónicas breves utilizando el recurso del humor. Se refiere a ese humor colombiano de la ciudad de Popayán, caracterizado por su repentismo, casualidad y espontaneidad.
En lo sucesivo publicaré capítulo por capítulo, a manera de memorias; sin ser diario sí está dividido por fechas, que corresponden al momento de haberse escrito cada crónica.
Es un libro para reir, no contiene violencia de ningun tipo, ni escenas para llorar. Es un libro para eliminar el estrés.

Víctor López Erazo