lunes, 19 de abril de 2010

Memorias de un hombre común


Agosto ocho de dos mil seis
Un día después del cuatrienio reelegido. La transformación consiste en que al comenzar un gobierno se hacen propuestas de cambio audaces, así no se cumplan; como este mandato es continuación del mismo, los propósitos son tibios, no se ofrecen rectificaciones sino la actuación de “la misma perra con distinta guasca”; además de conservadores nos volvimos godos. Aquí, en este país, hasta los liberales son godos. (Don Carlos Castrillón me decía que él como buen conservador era mejor liberal que cualquier comunista.)

Tapo, remacho y no la amarillo más. No voy a hablar de política.

Hablemos de lo que nos espera en el plano social. En mi caso, he cortado al máximo las vinculaciones bancarias. Dejé apenas la tarjeta de socio de un club sin importancia; las tarjetas débito y crédito las mandé más allá del carajo porque me estaban quebrando; no me alcanzaba ni para el vicio. Y eso es grave. A mis amigos y familiares les recomiendo que ahorren en colchones con cremallera. La plata no se reduce tanto como en una cuenta de ahorros; además tenemos el consuelo de que si se pierde queda en familia y no en manos de banqueros ladrones que no conocemos. Las razones de esta decisión son económicas, que al fin de cuentas determinan algo de tranquilidad social en el capitalismo que soportamos.

Hace algunos años, cuando los banqueros eran honrados -solo robaban en las bolsas de valores-, a nosotros -clientes que individualmente valemos un jijilijui, pero amontonados, según la economía de escala, valemos por un “cacao”-  nos pagaban por tener una cuenta de ahorros con un interés chimbo. Teníamos una libreta que parecía chequera y controlábamos la platica hasta las décimas de centavo. Ahora nos reconocen un interés más chimbo que el de antes, que se desvanece con los pagos que obligatoriamente hacemos del impuesto de uso de servicios y cajero; la libreta la sustituyeron por una tarjeta cuya clave la conocen primero los rateros que uno, para uso de cajero propio que vale medio almuerzo y ajeno que vale dos platos a la carta. Al final del ejercicio
-cuando el sueldo llega a su mínima expresión- le quedamos debiendo al banco, que en un alarde de generosidad nos amplía el cupo, como quien dice nos tuerce el pescuezo de a poquito para llegar a un préstamo que es como correr el nudo del ahorcado cada mes.

Para sostener el vicio, que es tan vital en el ser humano como ingerir cereales -un hombre importante por lo menos debe tener uno-, me vi obligado a jalarle a la mezcla; un trago mezclado es el triple de uno puro. La rasca se demora y le da tiempo a uno de arrepentirse de decir lo que todo borracho dice. A las damas no les gusta esta situación, porque un borracho es cariñoso y atrevido y uno a media caña es más pendejo que seminarista recomendado.            

Estoy absolutamente seguro de que en este cuatrienio repetido se va a incrementar el número de empleados en los semáforos; y como una cosa lleva a la otra, veremos aumentarse el número de semáforos, incluyendo aquellos donde la fuerza pública haya eliminado los vendedores y mendicantes. Claro que para pasar por estos se instalarán cómodos peajes; así tendremos que el dinero en vez de llegar a los desempleados -¿no había dicho empleados, como los califica el DANE?- llegará a alguna oficina burocrática, creada para el fin, que se encargará de despilfarrar los recursos antes de emprender trinadas obras sociales que finalizan antes de empezar.

El panorama social que se nos vino encima indica que si usted es de clase media, lo más probable es que le ayuden a descender para que sea de la alta entre la baja; que si es de clase alta no se preocupe, que los incentivos le permitirán subsistir en el mercado de la abundancia sin sobresaltos; y si es de clase baja, haga de cuenta que está en un despeñadero, la tierra floja y el terremoto subiendo de escala.

La educación y la recreación alcanzarán niveles de clase alta y de hecho la clase alta podrá afrontar este tipo de gastos; pero como esta clase es tan creída, lo hará en el exterior que es más barato y da caché para cargos públicos de libre nombramiento y remoción.

La clase media tendrá que enculebrarse aún más -la mayor de las veces de por vida- con los bancos, propiedad de la clase alta, para darles educación a sus hijos y recreación a su familia. Es una constante de la clase media vivir endeudada hasta los cariocos, pero lo afronta con una gallardía draconiana: “Lo disfruto ahora, así me toque vivir abrochado”.

Para cerrar este círculo social, la clase baja tendrá como educación aprender artes y trabajos menores -exaltados como artes nobles por el nuevo cuatrienio-  que dan para el desayuno pero no alcanzan para almorzar; y la recreación consistirá en ir a lavar la ropa al río más próximo -queda lejos, porque la deforestación secó los afluentes chiquitos- donde un buen chapuzón le hará creer que el mar es de ese tamaño y los tiburones son un poquito más grandes que los guabinos.

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