miércoles, 4 de noviembre de 2009

Memorias de un hombre común

Abril veintidós de dos mil seis
En este Valle de Pubenza -que no es valle de lágrimas sino de farras- que alguna vez descubrió para los españoles el Adelantado -le decían así porque se les adelantaba a los maridos de las indias- Don Sebastián de Belalcázar, existe la proverbial costumbre de reseñar a sus gentes por apodos.

A nosotros, por ejemplo, nos dicen “patojos” y la razón se remonta -según me contó “Chancaca”- al siglo dieciocho, cuando en Popayán las casas eran con pisos de ladrillo sin pegar. Por los intersticios del piso nacía la plaga de la nigua, insecto criollo, parecido a la pulga pero con familia. Para colmo de males, en esas lejanas centurias no se usaban zapatos de cuero sino alpargatas de cabuya que eran un excelente vehículo para que el dichoso animal hiciera tránsito a los pies y, más preciso, debajo de las uñas donde anidaba, ponía huevos y se desarrollaba hasta alcanzar la adultez. En estas condiciones el sufrido ciudadano usaba los fines de semana para extirpar eal animal crecido -a veces uno por cada dedo- con un alfiler. Después de la cirugía casera no quedaba otra que caminar cascorvo al no poder asentar bien los pies en la alpargata por el jijuemadre dolor. Esa forma típica de caminar indujo el apodo que ostentamos, aunque para mediados del siglo pasado y en  estos tiempos la nigua se haya extinguido o por lo menos ahora no se nos encarama porque ya usamos zapatos y los pisos son cerámicos.

El nombre de pila en infinidad de casos se hace lejano y nulo, cuando quien lo lleva ha sido bautizado por las lenguas agudas y picantes con un apodo que lo identifica plenamente. Es el caso de un vecino bajo de estatura y fornido, casi cuadrado, a quien le decían “Muñeco de repisa”. Su nombre verdadero nunca lo supe. 

Cierta señora, por azares de una hemiplejía, quedó con un defecto físico visible. En la calle, cuando se atrevía a salir, las  personas le notaban que tenía la cabeza y la boca torcidas a la izquierda en forma permanente. De ahí que algún ajedrecista desocupado le puso el apodo de “Peón de ajedrez”, porque camina de frente y come de lado.

De tres señoritas muy simpáticas, que andaban casi juntas, a dos de ellas les decían “Las dos en punto”, porque la una pasaba y luego las dos en punto.

Como de señoritas se trata, tuvimos el privilegio de conocer a tres preciosas damas de cuerpos exuberantes y unas caderas de esas que sirven para remendar medias, a quienes, con sobrada razón, les pusieron “Las rompecalzones”. No es necesario agregar más detalles.

A cierto doctor en derecho, mono, colorado, que olía feo porque no se bañaba, alguien le dio por decirle “Trucha ahumada” y así se quedó.

Es probable que si usted visita a mi ciudad encuentre diálogos como este:

-¿Sí supiste que a  misia  encangada le cayó la DIAN, por no pagar impuestos?
-¡No me digás! Y seguro fue porque peleó con “Cristo viejo” y la aventó.
-¡Qué va! Si fue porque no le quiso fiar a Santo lavao que tiene mucha influencia con  Paspitas.
-¡Ah! ¿“Paspitas”, el que  trabaja en la DIAN?
-No. Si “Paspitas” ahora es jefe nacional del ministerio en Bogotá. Vos lo estás confundiendo con el familiar de “Chuspas”.
-¿Cuál familiar de “Chuspas”?
-Pues “Talego”.

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