domingo, 28 de junio de 2009

Memorias de un hombre común

Marzo veintiséis de dos mil seis

Tuve la oportunidad de asistir a tertulias femeninas donde era el único varón, no colado sino invitado. Este tipo de tertulias son bien simpáticas. Aquí las mujeres casadas hablan de las peripecias de sus maridos, y las separadas de las travesuras de sus hijos, pero siempre hablan de hombres. Los amantes no tienen registro. La única alusión, casi superficial, fue cuando una de ellas dijo que llevaba cinco años de buen sexo, es decir cinco años de separada. Pero todas a una, seguro por mi presencia, cambiaron al tema intrascendente de los párvulos inteligentes que tenían en casa. Esta actitud confirma que los amantes son para uso privado y eso lo tienen bien claro nuestras féminas. A los hombres nos falta aprender...

Las tertulias femeninas rescatan la calidad de héroes de los hombres objeto de sus favores. De los maridos siempre refieren sus audacias, incluidas sus escapadas que ellas permiten para que los zoquetes se sientan conquistadores de su libertad. Consideran hasta sano que el esposo tenga aventuras intrascendentes, no le permiten que se enamore. Le soportan que llegue a la madrugada oliendo a borracho recién bañado, para que lo desvistan por segunda vez, pero que llegue. No admiten que no llegue. Si se queda una vez, puede quedarse dos y así hasta que no vuelve. He allí el peligro. (Pensar que he aprendido, ahora, estas actitudes desconcertantes cuando ya no me sirven para nada.)

También, en las tertulias femeninas, aparecen chistes ingeniosos como uno del que ahora me acuerdo, relatado por Anita.

Resulta que a la familia Bastidas le dio por ir de visita donde la familia Valencia. (En Popayán se acostumbran las visitas en guasanga y sin avisar.) Cuando llegó la familia Bastidas tocó el timbre y de adentro de la casa gritaron: “¡No hay nadie!” Los de afuera aclararon: “¡Menos mal, porque no vinimos!”

Me sé otro, pero no recuerdo quién lo relató; a veces es difícil distinguir cuando todas las damas hablan al mismo tiempo:

Los psicólogos del colegio -tan simpáticos ellos- convocaron a los padres de familia a una reunión de incentivo direccional a los niños. Dentro de las instrucciones impartidas para que los párvulos adquirieran esa superación personal tan necesaria en esta época de competiciones, recomendaron que siempre les dieran a los hijos el trato de campeones. Así, por ejemplo, debería llamarse al niño por la mañana: “¡Hola, campeón, cómo amaneciste! Campeón, cómo te fue en el colegio; campeón, qué tareas te pusieron ”. Y cada vez que se dirigieran a él lo llamaran campeón.

Pero había un padre que estaba muy triste y los psicólogos -tan simpáticos ellos- se dieron cuenta y le preguntaron:

-Señor Ocampo ¿qué le sucede que está triste?

-Yo no puedo hacer lo que ustedes recomiendan.

-Y eso ¿por qué?

-Porque el perro de la casa se llama Campeón.

En cierta ocasión se me ocurrió decir que, por los tiempos que transcurren, el hombre moderno debe tener una mujer que lo mantenga. De inmediato ampliaron la teoría: es preferible que tenga dos para que coma doble.

Las damas de la Tertulia no se quedan con nada. Otra vez, por dármelas de gracioso, les dije que llevaba veinte años de casado tratando de separarme y no había podido. Les pregunté, mirando a las separadas, cómo se hacía y me dijeron casi en coro: “Pues tomá la decisión y separate ”. Esa solución no me sirve, les advertí, porque quiero que la tome ella. “Uuy, mijito, vos no querés separarte, es mejor que sigás jodido que así estás contento ”.

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