sábado, 15 de enero de 2011

Memorias de un hombre común

Diciembre treinta y uno de dos mil seis
Se acabó el año. Quemaron al taitapuro -en otros lugares le llaman año viejo- que es un muñeco tuquio de chanchiras y pólvora, símbolo de lo que ya pasó; verlo arder es decirle adiós a un año que nunca volverá. Bueno, me puse sentimental, se me comienzan a descorrer las lagañas; tengo tanto frío que se me enfriaron las tibias; la vejez es una larga enfermedad; o como decía el “Genio” Castrillón, la vejez es una vergaajada. Uno es viejo cuando empieza a ver a los jóvenes viejos. Como promesa de fin de año nunca volveré a mirarme en el espejo, vaya y encuentre que ese desvanecimiento de figura incierta no es porque está empañado el vidrio.

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